Carolina era la mejor carta

La negociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte; las aspiraciones a ocupar algún escaño en el Senado, el Congreso federal y algunos congresos locales; las quejas ante la incomprensión de la generalidad; las mentiras disfrazadas de hechos, y la “carrera” presidencial, son solo algunas de los aderezos para pasar un día en este nuestro terriblemente mancillado país.

Cualquiera puede llegar a disfrutar de un banquete con el Estado Mexicano y la carnita, dirían los clásicos, está bien a la mano.

El nuestro es un país de leyes selectivas y juzgadores de sonrisa parcial y moral distraída. El largo brazo de la ley y la ceguera de la justicia no pueden ser más reales en este nuestro México oculto, como tampoco lo es la tenebrosa capa de silencios ofensivos flotando sobre el reclamo justificado de cientos -miles- que no aceptan las simulaciones oficiales y sus interminables peroratas.

Desde lo alto se puede apreciar el espacio que ya no es nuestro: sus litorales, sus reservas minerales, sus yacimientos terrestres y marinos y sus paraísos naturales. Quizá no se noten mucho por estar ocultos bajo toneladas de basura y abusos, pero le aseguro que ahí están. Solo se deben hacer a un lado las increíbles cantidades de cinismo de los políticos de siempre. No, no hay necesidad de separarlos por colores: en esencia son lo mismo y persiguen el mismo fin. No importa si son neorrevolucionarios o modernas reconfiguraciones de la derecha más conservadora hacia la izquierda más radical o viceversa, mucho menos si la responsabilidad de legislar (hacer, dictar o establecer leyes, según la Enciclopedia Jurídica), es asumida lo mismo por un especialista en derecho que por una especialista en burdeles.

No se preocupe. Tampoco entiendo muy bien los entresijos macabros de la política mexicana y sus representantes, dirigentes, cuadros, aunque me veo obligado a reconocer (au contraire) la cantidad de errores que los especialistas pueden cometer y en que nos pueden sumir con sus especulaciones baratas y redacciones y voces lisonjeras.

Ya ve usted. Por ejemplo: no pocos vieron en la esposa de Rubén Moreira Valdez a la candidata idónea para llegar al Senado representando a Hidalgo. Inteligente, experimentada, conocedora del teje y maneje del partidazo en lo local y lo nacional, Carolina Viggiano se tuvo que quedar con las ganas porque alguien decidió que la oportunidad la merecía más la amiga incondicional del ex secretario de Gobernación por solo Dios sabe qué razones y bajo quién sabe qué criterios. Carolina era la mejor carta, sin duda, pero la tecnocracia al interior del dinosaurio tricolor decidió que no y por eso la ex directora de Conafe deberá esperar. Respetuosa, alineada y en silencio, como es y debe ser un priista.

Alguna vez dije en esta misma plataforma que las sonrisas del grupo Atlacomulco no son para cualquiera. Por eso no hay ningún priista hidalguense políticamente correcto sentado en la mesa donde se toman las decisiones y por eso surgen aquí y allá voces que gritan y dedos juzgadores señalando hacia los partidos satélites y sus ridículas estrategias de supervivencia que finalmente no lo son.

Sí. Ya sé que la frase podría parecer un verdadero galimatías, pero piénselo un poco. ¿De qué cuero salen más correas? Del fuerte, del experimentado, del que ha demostrado la textura, fuerza y color como para soportar el peso y seguir vislumbrando a propios y extraños con esas mismas cualidades también convertidas en armas. Los otros son simples y ridículos trozos de lazo cuyo único cometido es soportar, sostener o mantener algo, pero sin apretar muy fuerte para evitar que se rompa.

¿A qué voy? A que en esta etapa del partido, el tricolor solo está usando lazos para sostenerse, salvo por una o dos correas, a pesar de todo el peso. Como si algo supiera. Como si hubiesen apostado sus canicas a perder para ganar…