Capítulo 1

Ilustración de Diego Guadalupe Pérez Vallejo

Amigo mío, la naturaleza puede ser corregida,

enmendada, pues de no ser así quedaríamos

sepultados bajo los prejuicios. Sin eso no

habría ni un solo gran hombre.

Dostoievski, Crimen y castigo

 

En esta novela que se escribe a diario, Tú – el protagonista–, ha decidido romper la delgada línea entre el ser humano y la bestia. Ha decidido sumarse a las filas de ese insecto que habita el subsuelo de M.

¿Cómo sucedió tal hazaña y cómo es que yo, lector de estas líneas, no me percaté de lo sucedido?, se preguntará usted. Y la respuesta es sencilla, incluso más de lo que se podría imaginar: Tú celebró el retorno a la barbarie.

 

Para ponerles en contexto:

El pasado lunes 17 de septiembre, en uno de los municipios que conforman la zona metropolitana de Guadalajara, fue localizado un grupo de seis hombres y una mujer con múltiples lesiones, las manos amputadas, y la leyenda “por ratero” escrita en negro, en algunas partes visibles del cuerpo. Un varón más se encontraba ya sin vida al momento del hallazgo; en él se había colocado un letrero para explicar ‘el motivo’ de su muerte.

Pero eso no es todo, sino que los encargados de realizar dicho atentado tuvieron la precaución de recubrir los brazos con plástico y alambre, de manera que estas personas pudieran sobrevivir y enfrentar a la sociedad –o a quien fuera que buscaban enviar el mensaje de terror– una vez descubiertos. Las manos de los mutilados yacían todas en una bolsa de plástico, sin embargo, para el momento de su atención médica, ya no fue posible volver a unir las partes.

 

¿Cómo nos enteramos?

 

Tal como sucede en la actualidad, ante cualquier noticia, las redes sociales hacen explosión de ello. No pasó mucho tiempo para leer comentarios a favor de quienes se hacían justicia por su propia mano –valga la ironía del asunto–, Guadalajara y todo México aplaudía la situación, saltaban de gozo al pensar que por fin el salvador, el justiciero, el súper hombre o la súper chica mexicana había llegado a combatir el crimen.

Pronto no sólo fue cuestión de críticas, sino que los memes arrasaban, y el internet ahora se reía del hombre que ya casi sin lágrimas, gritaba de dolor. ¿Te fue gracioso, no, Tú? Sí, Tú, te reías sin parar y compartías imagen tras imagen de la desgracia; porque a fin de cuentas, a quién le interesa el dolor de un grupo de “rateros”, “ratas”, “delincuentes”; a ti no, por supuesto, por eso es que Tú te has convertido en insecto.

 

¿Qué demuestra la reacción de Tú?

 

El proceso para que Tú se volviera el insecto más prolífico de M. viene sucediendo desde hace –calculo– 10 años, momento en que la información comenzó a recibirse en otros formatos un poco más accesibles, pero también ese momento en que la violencia comenzara a dispararse –de nuevo, válgame la ironía–, o al menos fue más visible la situación.

Pero no nos preocupemos por Tú, él sabe que M. está cada vez peor, no hay que explicarle eso pues lo vive en carne propia desde el subsuelo en que habita. Por ello es que Tú demuestra su fatiga, agobio, fastidio e impotencia, compartiendo burlas por ese “otro”. A tú no le interesa el vecino, pues ha aprendido a usar sus uñas en su propio y único beneficio. ¿Qué gana con desgastarse las vestiduras?, piensa.

El problema es que esa sociedad de M. no se da cuenta que, la indiferencia mostrada por esas personas mutiladas, es completamente proporcional al pensamiento egoísta de quien no defiende a la mujer que es agredida en la vía pública, o de quien permanece sentado en el asiento amarillo mientras el anciano permanece de pie al lado, o de quien es testigo de un incendio y permanece expectante con las manos en los bolsillos.

Quien sintió placer ante el desmembramiento de unos supuestos ladrones, déjeme decirle que, como Tú, está aplaudiendo a la violencia, está in-civilizando su conciencia, está motivando al otro para que cometa más actos delictivos, ¿eso es lo que busca?

Porque, déjeme decirle que, según las investigaciones posteriores, no se trataba de un grupo de –como usted creía– asaltantes, no; el acto se derivó de uno de los males más solidificados en M.: el narcotráfico.