Café Society: El arte de estar muerto por dentro sin perder el glamour

“Eternal nothingness is fine
if you happen to be dressed for it.”
Woody Allen

 

Woody Allen siempre se ha caracterizado por hablar de los mismos temas en sus películas, desde el amor entre un hombre maduro y una joven hasta la desilusión natural que viene con la vida y la falta de sueños.

A pesar de eso, este director se compromete a buscar nuevas y variadas versiones sobre el tema, lo que siempre permite que, aunque se hable de los mismos asuntos, una película pueda funcionar para un cierto público, mientras que otra no sea tan popular, pero igualmente fascinante.

Midnight in Paris es un ejemplo del sueño hecho realidad para un escritor que no sabe encontrarse en el presente. Es una película que exalta el glamour de la época y le da fortaleza a las leyendas de los autores, mientras da una lección de vida a su protagonista en un todo acogedor y divertido.

En su más reciente película, Café Society, Allen de nuevo retoma el glamour de una época de oro, pero esta vez para enfatizar lo inalcanzable e irreal que es, aunque invariablemente se aspire a esa vida.

La trama es simple, un joven desencantado de Nueva York decide ir a Hollywood para involucrarse en el mundo del espectáculo, oportunidad creada por el estatus de su tío en el medio; durante su travesía se encuentra con una joven brillante, encantadora y diferente que lo enamorará sin remedio, todo eso seguido de triángulos amorosos y decepciones románticas. A pesar de que suene similar a otras historias, Café Society resalta por poner la decepción de los sueños rotos en la juventud, en vez de en la figura madura que requiere una crisis y un enamoramiento juvenil para escapar exitosamente a su propia tristeza.

Los dos protagonistas representan la ciudad donde viven. Por un lado está Bobby (Jesse Eisenberg) que lleva sobre el hombro las contradicciones de Nueva York, pero también las oportunidades que sólo una ciudad así puede ofrecer.

Vonnie (Kristen Stewart) representa a California, a Hollywood y su inminente caída libre. Nueva York está tapizado de muertos necesarios para crear las oportunidades de trabajo, mientras que Hollywood está tapizado de los sueños y esperanzas de los jóvenes que año con año llegan para ofrecer su alma y no ganan nada a cambio.

Woody Allen es conocido por retratar a la perfección la ansiedad que causa la realidad misma y la desesperanza de comprender que los sueños son sólo sueños y no sirven para nada, en esta película logra poner ese cansancio emocional en personajes menores de treinta años, lo cual funciona para darle frescura a la cuestión y resaltar la empatía de los que transitamos esta época.

A pesar de lo exquisito de la época, el director no busca enamorar y la película lleva una carga más dramática y cercana a otras obras suyas, como Match Point, en cuanto a la tragedia de conseguir lo que buscas y lo que se sacrifica para ello o You Will Meet a Tall Dark Stranger, en cuanto a la adicción a soñar y pensar constantemente en el futuro y jamás estar conforme con el presente.

No será extraño que algunas personas salgan de la sala afirmando que es una película donde no pasa nada y nada se soluciona, que se siente cortada y sin final, pero en realidad se trata de un trabajo introspectivo que resalta la juventud en toda su fortaleza, ambición y desengaño.

Se trata de la ansiosa y extraña confirmación de que las riquezas y el glamour, el ser parte de este Café Society que bebe y hace fiestas, te deja justamente con esa superficialidad. Es una observación a la contradicción de la juventud a la que se le ha dicho que puede hacerlo todo y además ser rico, pero lo cierto es que con lo superfluo, con lo plástico, con el exceso de dinero, con los amoríos y la ropa de diseñador viene una membresía de por vida que se lleva la libertad de ser artista, de aquél único amor y de los plácidos sueños que prometen.