Asubhã de Matheus Kar (Ganador del premio Manuel José Arce 2016)

Para entender el significado de este poemario es necesario que defina Asubhã: este es un método de meditación budista que consiste en contemplar por largos periodos de tiempo distintas partes de un cuerpo en descomposición; a veces, este método recurre a la meditación y contemplación en cementerios. Todo con el fin del desapego material.

En Asubhã, Matheus estructura un poemario que se construye como el Aullido de esta perdida Guatemala. Es un poemario que cobra vida sobre las meditaciones en “el bucle del ombligo”. Este poemario recurre al “ombligo” para perderse en sí mismo; se moldea a través de la individualidad, sobre la náusea y sobre la soledad.

Matheus es uno de los escritores guatemaltecos que, con menos de treinta años, empieza a construir una voz propia y, sobre todo, una literatura con un sólido significado.

Su poemario Asubhã es la prueba de ello, porque es vital para entender una parte del cuerpo que están formando los escritores jóvenes del país. Siendo los “herederos” de los escritores de la generación de postguerra, habiendo crecido y leído en los turbulentos años que llamamos sarcásticamente “tiempos de paz”, los escritores han vuelto a explorar la poesía que se hunde en su “ombligo”. Esta poesía es, inevitablemente, una protesta que se convierte en un alarido juvenil.

Cuando el poeta dice: “Allí va, dirán, el que nunca pudo cortar el condón natural que lo unía a las aves”. Este verso es quizá, el centro de lo que compone a Asubhã. Define en sí, a través de una metáfora del vuelo de las aves: el abandono, el cuerpo desplayado sobre una soledad nauseabunda. Sin embargo, el poeta sueña en esa soledad. Matheus no solo construye sobre cada verso la Guatemala que en él habita; además, moldea una poesía representativa de toda una generación.

El sentido de protesta, el dolor humano se hace presente cuando las páginas exclaman: “Oh bocas de origami. Oh seres dormidos/Oh corazones, pequeños milagros de cartón. Oh corbatas de sangre”. El cuerpo del poeta se descompone y el lo ve, como un fantasma, pudrirse en la ciudad. Le duele su nombre, las palabras vacías.

El poeta dice: “La noche que sube como espuma en un vaso de estrellas. Pero es la ciudad, en la ciudad no hay estrellas; no en el cielo”. El sentido de pertenencia se muda a un vasto mundo ajeno al que la juventud intenta escapar, porque en la ciudad se construye un nombre polimorfo que arrebata todo lo que puede ser nuestro.

 

Escribir sobre Matheus demanda un esfuerzo enorme; ya que debo omitir el enorme aprecio que le tengo y vivir en la objetividad. Lo conocí al entregarle un premio de poesía, ya que nunca para de pisar fuerte por donde sea que pasa. Su trabajo ha estado cargado de gran lucidez y con los años su poesía ha ido madurando y a su vez sus versos se han desparramado sobre las pieles azotadas del país.

Es un poeta que, para su juventud, desborda palabras, densidad poética y una rigurosidad metafísica. Sin embargo, su poesía no deja de pertenecer a la tierra y al asfalto sucio del nombre doloroso que ambos portamos: Guatemala. Su poesía es un paso vital para entender la nueva producción literaria en Guatemala.