Asesinando al prójimo

“La proximidad y la bondad son causas generadoras de amor”

– Dante Alighieri

 

En el libro de Levítico capitulo diecinueve versículo dieciocho dice: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”, poderosa e intrigante es esta frase aun en nuestro tiempo, ¿qué significa amar a tu prójimo? ¿Quién es nuestro prójimo? ¿Aun cuando el día de hoy dios ya no sea la totalidad que cubra todo? ¿Todavía tiene peso este mandamiento en nosotros? Si ya no existe nada que nos detenga ni retenga, ni la mano de dios, ni la del prójimo ¿Qué nos puede contener?

Es importante tocar el tema del prójimo el día de hoy ¿Porque no es nuestra intolerancia con el otro, lo que marca nuestra idea de comunidad? Es la proyección del prójimo, la que puede ser el impulso de nuestro futuro como sociedad; para nosotros, el otro debe tener algún significado y anclarnos a nuestra realidad. Cuestiónate, ¿por qué si el otro se parece a nosotros es alguien propio y entre más extraño nos parezca, se vuelve otro? ¿En qué momento se vuelve prójimo alguien y en qué momento enemigo? Pensar en el otro se vuelve una tarea problemática, algunas veces imposible.

Nuestro prójimo es muchas veces ese palo en el engranaje personal, que irrumpe para detenerlo y sacarnos de la totalidad absorta del tiempo. Incontables veces nuestro prójimo no es lo que es, sino lo que somos.

En esta sociedad tecnológicamente globalizada, nos guste o no, todos estamos en constante vibración. Nos deslizamos aunque parezca que estamos en reposo, por lo cual siempre tendremos que estar en contacto con el otro, con lo misterioso; ese ser que nos parece un abismo de dudas y complejos, esa existencia que nos inquieta y nos incomoda.

Generalmente, las personas moralmente maduras son seres humanos que aprenden a “desear lo desconocido”, a sentirse incompletos si no han tenido un poco de anarquía en su vida, a levantarse un día y saludar al vecino, a traicionar al destino. En estos tiempos lo más fácil es siempre temer al “otro”, por la sencilla razón de que es otro; porque nos parece velado, distinto, pero ante todo oscuro y lejano, nos parece muy difícil de comprender al prójimo, a veces imposible de desentrañar e imprevisible en sus reacciones.

Asesinamos a nuestro prójimo cuando nuestra visión esta emancipada en nosotros mismos, en nuestra sociedad actual tan llena de sí misma, tan llena de individuos egoístas que se observan cada cinco minutos en su celular, estos individuos no se aman demasiado, en realidad se odian, es una falta de cariño y cuidado de sí mismo. Por lo cual ni siquiera piensa en el próximo.

La palabra hebrea réa y la griega plesios en el griega nos hablan del prójimo, nos quieren decir literalmente esto: el otro que está a tu lado, la biblia cuando nos hablan, no nos habla de un prójimo abstracto si no de tu prójimo: el que está cerca de ti, el que se sienta al lado tuyo en el camión, el que esta conjuntamente en la misma oficina, aquel extraño que come junto a ti en el mercado, en pocas palabra el próximo a ti.

Pero la realidad es que no queremos saber nada del otro, ni siquiera solidarizarnos si no simplemente evitarlo, separarnos de él, esa es nuestra estrategia diaria, no es una cuestión de amar ni de odiar, si no de alejarnos, y así evitarnos el dilema de generar empatía y preocupación.

Y es que después la muerte de Dios, la muerte del prójimo representa la desaparición de la segunda relación esencial para la sociedad, lo más probable es que caigamos en nuestra propia y tecnológica soledad. La lejanía con los otros causa una privación que representa un verdadero daño psíquico para nosotros, bien decía Aristóteles que somos una animal político, esta lejanía hace que la moral se ubique cada vez a mayor altura, porque nos exige cada vez algo más abstracto, complejo y casi inaccesible; ya no somos seres inmorales si no a-morales, simplemente no nos preocupa el bien ni el mal, sino simplemente la comodidad.

La sensación también produce pensamiento, ¿si no lo sentimos como podemos pensarlo? Ahora, en los últimos años la satisfacción de nuestros deseos ya no choca contra la moral, al contrario, se ha convertido en su valor. Y es que nos queremos apartar siempre del otro, ni siquiera conocerlo, y es que en cualquier lugar y en cualquier época, la distancia siempre ha sido un obstáculo para el amor y la empatía. Respóndeme ¿Porque en la nuestra sería distinta? ¿Se puede amar verdaderamente al que está lejos o simplemente conocerlo? ¿El solo conocimiento me permitirá ser justo? Todavía no hay nada que me lo ostente.

Muchas veces evitamos el cercano, porque eso nos produce responsabilidad, y en este mundo rápido, es un pecado detenernos por algo o alguien. Si yo tránsito por algún lugar y veo tirado un muerto, ha dejado de ser un cadáver más, se vuelve este en mi prójimo, en alguien que me exige justicia, si yo miro a otro lado y sigo camino estoy negando mi responsabilidad. La responsabilidad se vuelve implícita y explicita, es inevitable, no me puedo escapar de ella y por haberlo visto, estoy involucrado.

El amar a nuestro prójimo es una actividad continua, el amar no es una actividad pasiva, que se nos presenta cómoda frente al ordenador y acostados en un sillón, no es un súbito arranque por poner banderas en nuestro perfil de Facebook. En el sentido más general, puede describirse el carácter activo del amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, regalar nuestro tiempo de calidad, preocuparnos hasta las últimas consecuencias por nuestros congéneres.

El amor es la preocupación activa por la vida y por el crecimiento de lo que amamos. El verdadero amor es un poder que produce amor. El amor requiere la práctica de la fe, tener fe en otra persona significa estar seguros de la confianza e inmutabilidad de sus actitudes fundamentales, de la esencia de su persona. Nos dice Nietzsche que un hombre puede definirse por su capacidad de prometer. Tener fe requiere de fuerza, de la capacidad de correr riesgos, de una disposición a aceptar incluso el dolor, la desilusión y la traición. La fe necesita de nuestra totalidad: interior y exterior, presencia mental y carnal.

Todo nuestro sistema actual alienta la rapidez, en la comunicación, en el transporte, en recepción de nuestras satisfacciones, pero eso no sirve cuando se trata de conocer a nuestro prójimo, esto lleva tiempo, cosa que muchas no queremos regalar, ya los valores humanos están alineados actualmente a los valores económicos. Desde que el mundo se hizo laico y todas las cosas perdieron su encanto mágico y divino, todo se ha convertido en algo mesurable, los actos repetitivos de los demás ya no se consideraron un rito, si no en solitaria neurosis, obsesiones. El prójimo se ha transformado en algo lejano, fuera de nuestro espacio.

Podemos hablar también acerca del sistema supuestamente tolerante y multicultural. Pero la tolerancia actual también es una forma de discriminación. El que tiene la tolerancia siempre tiene el poder. Tolerar es expandir los límites de lo posible y permisible, pero los límites los sigo poniendo yo, me vuelvo portador de la racionalidad y el otro alguien primitivo, la tolerancia se nos presenta siempre como acto de civilización y paz, pero en nombre de la tolerancia se han creado los peores dispositivos de exclusión ¿Por qué? Porque tolerar es soportar, porque si soy el que tolero al prójimo, mi relación siempre es negativa hacia él, porque siempre se trata de aguantar su diferencia, en vez, de involucrarme con él.

Tolerar sin abrirme a la diferencia, no me transforma, ni tampoco transforma al otro porque se le sigue subordinando. No debemos buscar la tolerancia si no la hospitalidad, es aquella aceptación sin condicionar al otro, el otro ya no es un igual sino un diferente, abrirnos a él es ir contra de nosotros mismos. Mucho de esta supuesta tolerancia escuchamos en “No hagas lo que no te gusta lo que te hagan” y pensamos que ahí termina nuestro compromiso con el prójimo, pero en realidad se formuló como una versión light de “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, ya que en el primer enunciado podemos asesinar o desaparecer a nuestro vecino con nuestra indiferencia; en el segundo nos manda a un compromiso.

Amar al otro porque él es tú mismo, es decir, él es tu propia esencia. Debemos entender que esa relación con el otro no es la relación con algo ajeno y lejano, sino que es algo conmigo mismo, el otro es algo que forma parte de nosotros. El prójimo es uno mismo envuelto en la piel del otro.

 

“Quizá nuestra condena no consiste en estrellarnos, si no en caer sin fin”

-Luigi Zoja