Cada ruptura es una continuación que opta por tomar un camino distinto al actual, y no en un sentido de ir en contra o de derrumbe o de conquista; es decir, no es el derrocamiento de lo establecido para colocar encima los nuevos cimientos de lo que se podría llamar modernidad.
El hombre moderno es una consecuencia del pasado, éste se presta de las experiencias anteriores, del conocimiento previamente digerido, de la moral perpetuada en su lugar de origen. El hombre moderno se forma con esos elementos que con el tiempo comenzarán a modificarse debido a la necesaria adaptación al entorno por parte de éste.
Y esta transformación que se traduce en generaciones, cambia la forma de percibir las cosas, las situaciones, las realidades. Agrega a su formación nuevos elementos (que anteriormente habían permanecido adormilados o callados) fundamentales para continuar con su desarrollo de adaptación, y a su vez, va soltando otros que ya no son útiles –o que resultan paralizadores del desarrollo- para los tiempos en los que vive.
La naturaleza hace exactamente lo mismo. Nuestro cuerpo es un ejemplo de lo anterior: ha ido evolucionando –hasta tener nuestra forma que no será la misma en unos cientos de miles de años, pensando en que todavía existamos como especie- conforme ha tenido que irse ajustando a su entorno.
De esta manera, “asustarse” o negarse a las adecuaciones que aplican las nuevas generaciones en sociedad, por ejemplo, en la parte correspondiente a la educación o a lo concerniente a lo laboral, resulta más una actitud trasnochada e incluso infantil, que no sólo provocará el rezago de tales personas pertenecientes a generaciones anteriores que se muestran reacias a ser parte de lo nuevo, a los elementos de cambio, sino que poco a poco la propia sociedad “moderna” irá rechazando, haciendo a un lado –como la propia naturaleza hace consigo misma: desecha lo que no ha conseguido adaptarse.
En este sentido, podemos ver, por ejemplo, que en el tema laboral, el llamado Home office es una de las adecuaciones que están haciendo empresas –para mantenerse en crecimiento- con relación a estas nuevas maneras de trabajar que las nuevas generaciones, con calzador, implementan, pues ya no están dispuestas a seguir manteniéndose en sistemas rígidos y cuadrados que sí, en su tiempo funcionaban, pero que para los tiempos modernos se notan anticuadas y poco llamativas para el desarrollo personal.
Al contrario de lo que pudiese parecer para algunos, este tipo de cambios contribuyen a la potencialización de los procesos productivos, apelando a la percepción y práctica de la libertad individual; es decir, la productividad aumenta cuando las limitantes de un sistema rígido cae, deja de ser funcional –esta forma o sistema de trabajo que está mutando o quedando superado, no solo es un signo de transformación en un sentido meramente laboral sino que refleja un avance en lo concerniente al pensamiento, a las ideas, a la comprensión del entorno, al análisis (si se quiere más por la vivencia que por el entendimiento) por parte de las nuevas generaciones.
De igual manera, los cambios en los sistemas educativos no tardarán muchos años en implementarse, y así, en un sinnúmero de áreas la modernidad irá asentándose que, por otro lado, todo esto también se refleja y se traduce en la ruptura de ideas moralinas que han conseguido, de manera lentificada pero efectiva, acomodarse en las sociedades como puede ser la aceptación de la diversidad sexual y la liberación femenina.
Así, cuando escuchamos hablar a una persona sobre su negativa a entender y comprender los cambios de las nuevas generaciones –de igual manera, aquellos pertenecientes a la modernidad pueden caer (y a muchos de ellos les pasa) en el error de tampoco entender sus propios cambios y complicar su proceso de adaptación-, su interpretación del mundo, su libertad de elección, tendríamos que pensar si aquellos o aquellas hablan desde un punto de vista justo o si no es provocado por todo aquello que su época no les permitió hacer o si sus rupturas –toda nueva generación, en la época que se quiera, rompe y se adapta a lo nuevo, así, los viejos algún día fueron modernos y de la misma forma fueron señalados y criticados- no fueron suficientemente osadas como para adelantarse a un futuro más cercano al del día de hoy.
Si la época moderna apela al crecimiento y desarrollo personal a partir de las herramientas que la propia sociedad –paradójicamente, son elementos que han construido las generaciones previas, pero cercanísimas, a la actual- ofrece, si hoy la libertad significa pensar en emprender y empoderarse de manera individual junto a un reducido grupo de cercanos y no integrarse a la plantilla laboral de grandes empresas multinacionales, si hoy el individuo debe buscar la forma de paliar las malas decisiones de los gobiernos que han provocado tener menores oportunidades de un empleo bien remunerado que provoque la adquisición de bienes inmuebles y demás –estar pagando todo lo que consideramos “propio” por años y años, como una casa, un automóvil, etcétera, no es ejemplo de poder tener sino de querer tener y en cada caso la experiencia de pertenencia cambia-, por su cuenta, no es sino un signo de adaptación al contexto actual que no es resultado de su generación sino de las anteriores, sí, las que critican y no quieren ver –en una forma de quitarse responsabilidad- los resultados que ellos mismos han dejado.
Como toda generación moderna, la actual, la criticada, está destinada a perpetuarse únicamente para ser continuada por las que le precederán. Y sí, los hoy llamados modernos pasarán a ser los que nieguen y no quieran comprender a los recién llegados que indudablemente, en su momento, serán los dueños del mundo.