Apta para el suicidio, una obra de Jesica Korbman Dryjanski

Piedad Bonett, en su obra Lo que no tiene nombre, dice en alguna parte:  “Lo atroz —y también lo maravilloso— de nuestras vidas es que están parapetadas sobre lo aleatorio, lo gratuito, lo caprichoso.” Traer a cuento la obra que menciono, tiene para mí todo el sentido en este momento por cuanto se trata de una obra de no ficción que cuenta sobre el suicidio del hijo de la autora, lo que ella vive como quien pervive a ese hecho y lo hace parte de su mundo en el que nos sumerge para oler ese dolor que escancia el duelo.  

El reverso del mundo es la autora Korbman Dryjanski quien como una declaración de principios enuncia en el título, (yo) Apta para el suicidio, ese yo apropiado y asumido que no está escrito, pero que a lo largo y profundo de sus más de cuarenta apartados, anda a la poética del suicida que reconoce en el impulso vital, la energía para dar la vuelta de campana de la que se habla en natación, ese momento climático en que vamos a lo más profundo para aceptar que de ahí sólo se puede resurgir, porque hemos tocado el límite, el borde. 

Jesica Korbman, a quien podemos de manera lógica pensarla cercana a  otras poetas y escritoras como Violeta Parra, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton, Alfonsina Storni, Marina Tsvietáieva, y por supuesto Virginia Woolf, mira su entorno como quien ve llover y no llueve en él. Korbman se interroga, deja que el espacio la alumbre y la mire de frente, como quien mira el abismo el tiempo que sea necesario hasta volverse para saber que es un espejo, un espejo enorme que la poeta va mirando detenidamente, cito: 

mi alma está cayendo

miro cómo cae

no la puedo detener

cae

sé que el golpe será duro 

y nada puedo hacer

solo verla caer

sentirla caer

y cae

cae

silencio 

vacío 

orfandad

¿Qué hay en la piel del suicidio? ¿Qué piedra se ha quedado ten quieta y se engrandeció en el pecho que no podemos tocarla, escucharla, mirarla?

Orfandad, parece la respuesta natural, comedida de la autora, silencio, desierto, pero hay algo más. En lo que parece un paraje gris se agranda el espacio y miramos de nuevo libros que acompañan a la autora, personajes que gravitan en el entorno, en cada negación está la afirmación del saber, como savia de vida de las palabras de Korbman: 

no he leído al quijote, 

no he leído a Joyce

escribo en mi alcoba 

donde habito 

   desde que comprendí 

   que fin no es solo la palabra 

   que aparece cuando termina la película

no salgo a la calle 

mis ropas están hechas de terror

y cobardía

de ego y narciso 

una bala 

un trueno

un accidente 

un cuerpo que no da más

en casa 

entre paredes 

no leo a lispector 

ni a pizarnik 

Y luego llega la noche como la llaga de la poeta, ella Korbman que se siente bruma, que se abraza a la niebla de ser quien decide, quien evoca infancia, afectos, padres, paisaje: 

primer pensamiento del día 

suicidio

los gusanos despiertan de nuevo 

esta brutal tarea de pisotearme 

regresa el sinsentido 

la nada    soy nadie 

la belleza de los árboles 

me recuerda que este no es mi lugar 

                          pese a que me esmerado

                          pese a mi necedad de permanecer

este aferrarme duele 

cuando 

todo me grita 

forastera

vete

Antes de la vuelta de campana, Korbman se sumerge al fondo, parece mirar estalactitas que en el entrecerrar de sus sentidos acarician esa su piel que ya no quiere, que ya no busca, que ha dormido tanto que apenas se reconoce y nos obsequia este poema, que sin afán de sucederla, son también instrucciones para la vida…

hay que tomar una navaja 

rajarse el pecho abierto 

y con la mano 

                        sacarse el corazón 

                                               así  vivo y latiente

para escribir poesía 

para llamarse poeta

                        abrirlo de par en par 

                                   como unas pesadas puertas 

                                                           de entrada a un palacio 

lleno de oro 

            y espléndidos jardines 

                                   de escoria e inmundicia

revolcarse en ellos 

                        sin pensar 

                                   si saldrás con vida

arrastrarse como lagartija

usar cuantas navajas sean necesarias 

morir cuantas muertes sean necesarias

y          escribir                         escribir                         escribir

y llorar y reír y llorar 

y gritar quedarse sin voz 

sangrar

dejarse sangrar 

hasta la última gota

solo entonces

 Abrimos este libro con la advertencia en el título, con la invitación en la imagen, pero por mucha cautela que tomemos, no estamos en posibilidades de comprender ni remotamente que más allá de la despedida que la propia autora expresa a través de su escritura, hemos hecho un viaje hacia ella, como destino, como paisaje, a ese espejo suicida que no es abismo, sino el ser humano, la persona que se encuentra y desencuentra, y aún así anda a un epílogo, como si para sí recitara: vamos, Jesica, vamos Korbman, un poema más, uno más, uno antes, uno antes…

se cierra mi poesía 

flor sin polen 

luna sin estrellas 

sol sin fuego

cuerpo sin alma 

               sin alas 

                          sin vuelo 

exhausta 

consumida

casi muerta 

Agradezco a Jesica Korbman la escritura de esta intimísima poesía, a la editorial que la cobija, a su lamento que se hace verso y palabra y silencio y amor, sí, amor porque sólo cuando se ama tanto la vida una puede dolerse tanto de vivirla, de sentirla como un poro de piel que se expande y se transforma en aliento… en aliento vital. 

¡Enhorabuena, Jesica, qué venga lo que vendrá! Porque ha resurgido tu voz y tu palabra y tiene todo el movimiento de esto que, quienes te leemos, llamamos vida.