Apetito de guerra

En últimas fechas, Donald Trump ha reiterado con mayor claridad sus intenciones para con los inmigrantes mexicanos. Ha usado la palabra guerra sin mayores miramientos, provocando el descontento en la población de ambos países.

Las manifestaciones no se hacen esperar, cada vez son más personas y grupos sociales que anteriormente no ofrecían ningún tipo de apoyo a los inmigrantes, los que ahora salen a las calles, incluso en muchos casos de acuerdo a las imágenes que circulan en la Red (https://www.youtube.com/watch?v=Z_Fq4PZfHRU), se han visto sometidos con lujo de violencia.

Y con esa misma violencia se acaba de comunicar que, serán alrededor de 11 millones de indocumentados los que sufrirán el regreso a una tierra que los vio partir y que ahora, no ha sabido demostrar del todo, la solidaridad para con su causa.

Se trata de 11 millones de mexicanos que han de verse forzados al regreso. Las tácticas de guerra, como fueron enunciadas por Trump, serán poco misericordiosas, ni que hablar de Derechos Humanos.

Las redadas al puro estilo de cine, las humillaciones, la persecución como si se tratara de los peores seres del mundo, están dando la vuelta al mundo y ya se han establecido líneas de acción en tono de protesta por varios países, que para nada ven con buenos ojos lo que sucede.

En suma, que podemos decir que efectivamente nos hallamos en medio de los inicios de una guerra declarada por Trump para con los mexicanos indocumentados; guerra que como cualquiera otra, traerá muerte y dolor.

Pero, reflexionemos antes de la guerra, ¿por qué la guerra? Tanto ésta como cualquier otra, ¿qué la motiva en el fondo? Para contestar a esas cuestiones, encontramos una carta que Sigmund Freud le envía como respuesta a Einstein ante la preocupación que le producía el entorno mundial bélico.

Entre 1932 y 1933, Freud le responde a Einstein la siguiente pregunta: ¿por qué la guerra? La respuesta no es menos que definitiva, el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción.

Y le recuerda además, que en el principio de la civilización, los conflictos de intereses entre los humanos se solucionaban por medio del uso de la violencia. Para decirlo en imágenes, pensemos en una horda que protegía su territorio de los invasores, la violencia por supuesto que funcionaba en sus fines.

En comparación con el presente, con la elección de Trump se ha decidido darle rienda suelta al apetito de odio y destrucción, a través de la guerra, y además el uso casi exclusivo de la violencia para solucionar cualquier conflicto.

Estamos ante la elección de la guerra y la violencia como formas de relacionarse por parte del país más poderoso del mundo; policías y militares han dejado ver ya esa cara cuando están frente a manifestantes que les repudian sus acciones.

Y ante ese tipo de escenario, es lógico considerar que el silencio y la represión serán elementos inseparables del nuevo orden social; el muro en proyecto, no es más que un signo de separación, segregación, silenciamiento.

En una entrega anterior (https://revistaliterariamonolito.com/elegir-muerte-a-proposito-del-voto-a-trump/), exponíamos cómo los estadounidenses le dieron el voto a la pulsión de muerte, a la violencia.

No sólo eligieron a un personaje casi sacado de una caricatura, eligieron muerte, eligieron que todo lo que se está anunciando suceda realmente. Pero además, agregaremos, han decidido por alguien o un grupo de representantes y autoridades, que cuentan con el apetito y odio suficientes para perseguir como criminales a personas que al parecer, les resultan en alto grado ofensivas.

De ahí el apetito por levantar muros cada vez más altos, es decir, proteger su territorio como se hacía en épocas primitivas, mucho antes de la palabra y los acuerdos.

La guerra de Trump contra los indocumentados es sinónimo de odio y destrucción, se trata de destruir a todo aquello que representa para él y para muchos estadounidenses, lo mexicano; silenciarlo, desaparecerlo.

Lo que tenemos que demostrar es que se trata a todas luces de una guerra primitiva e irracional, incluso diríamos, se trata de una guerra infantil, como aquel niño que hace berrinche y demanda la exclusión del otro niño, simplemente porque no le cae bien o porque se ve diferente.

En fin, que retomando de nuevo a Freud en su correspondencia con Einstein, ante la otra pregunta -¿cómo oponerse a la guerra?-, el primero le contesta desde su experiencia clínica: si la guerra es el desborde de la pulsión de destrucción, lo natural será apelar a su contrario, el Eros.

En esa aparente simpleza de respuesta, encontramos algo muy importante para pensar en cómo hacer frente a la guerra. La palabra apelar es cercana a elegir, reclamar, invocar, llamar, es pues, el uso de la palabra y el diálogo para acordar, ya que en definitiva, quedó muy en el pasado el tiempo en que todo se solucionaba con violencia.

Difícil tarea, que parece imposible ante semejante contexto, pero seguro, valdrá la pena el intento de dialogar, de llevar a las palabras ese odio y ese apetito de destrucción antes de verse sumergidos en la pena y el dolor que trae la guerra.