Se llama Humberto. Sus padres decidieron hace casi 26 años que era un nombre apropiado para el pequeño recién llegado, el primogénito.
Le colmaron de cariño, lo enviaron a la escuela, lo educaron de acuerdo a los principios y valores bajo los cuales crecieron décadas antes, cuando no había celulares, ni computadoras, ni redes sociales para todos, como ahora.
Al igual que miles, millones de personas más en este electorero país tan nuestro y tan ajeno al México deseado, consiguió terminar con esfuerzos la educación media básica. No le gustaba ir a la escuela, detestaba hacer tareas y no hubo entonces un solo libro que le atrapara, por eso la lectura para él es un hábito de otros.
En casa no había suficiente entonces para la familia formada por tres chavales y los padres. La necesidad le obligó a dejar la escuela y a esforzarse por conseguir cada día algo para ayudar y apoyar en casa. Así lo hizo hasta los 17 años, cuando empezó a saborear las mieles de la juventud, la libertad y los pesos propios en el bolsillo.
Humberto es inteligente, por eso aprendió diversos oficios y a dar el valor merecido a cada cosa porque eso le inculcaron. Le gusta el soccer y de no haber sido porque tenía que trabajar, seguro habría buscado entonces la oportunidad de involucrarse en algún equipo porque jugaba bien y siempre anotaba goles. Eso dice.
Hubo algunos domingos de misa por convicción y muchas noches de alcohol y amigos por decisión. Entonces pasó. Dejó de asistir a los encuentros familiares, empezó a perder trabajos y la confianza de quienes le rodeaban. El “vicio” le había atrapado.
Por fortuna se dio cuenta y tomó una decisión de la cual no se arrepiente: regresó al único lugar donde se sentía seguro y pidió ayuda a sus padres y hermanos. La mañana siguiente, juntos, acudieron a solicitar su ingreso a un centro de rehabilitación para jóvenes. Tuvo la suficiente voluntad para quedarse…
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En el puesto de enfrente venden carnitas, quesadillas y vísceras de puerco cocidas (¿fritas?) en su propia grasa. Justo a un lado está la vendimia semanal de aguas frescas cuyo éxito es algo que llaman “crema de coco”, riquísima por cierto. Al otro extremo, una carretilla con diversas variedades de dulces y semillas ha sido estratégicamente posicionada de tal suerte que, al abandonar el lugar, las personas deben eludir un obstáculo de cacahuates garapiñados, pepitas, o habas tostadas y enchiladas, así como un buen número de opciones para la chiquillada: gomitas, chocolatines, cualquier cantidad de dulces picositos y más, mucho más.
A lo largo del pasillo central del “sobreruedas” se observan al menos tres nutridos grupos de personas. ¡Ahí vienen los pinches candidatos, don!
El taquero sonríe y voltea para, mediante algunas frases incomprensibles y movimientos de su regordeta humanidad, ordenar a su gente limpiar las mesas y tener todo listo por si quieren comer ahí. A la orden del patrón, quien también funge como cocinero, cajero y cuenta chistes, sus ayudantes se prestan a acatar las instrucciones con trapos húmedos y gel antibacterial.
En el primer grupo, una candidata le habló de todo lo que hace falta en el distrito y de cómo va a “convertir a la gente en la base de su trabajo como diputada porque está harta de que nadie escuche al pueblo”. Le aceptó un taquito de maciza sin verduras y con apenas unas gotitas de salsa verde, pero solo si no está muy picosa, ¿eh?
Luego llegó otro de otro partido con otras personas y otras palabras pero diciendo lo mismo. Agradeció la invitación, pero acababan de almorzar “allá atrás, con la competencia”. Le cayó mal, por eso aunque pudiera no votaría por él, le pareció un tipo fantoche, presumido y “se le nota que solo va por la lana”.
Una de sus hijas/ayudantes le interrumpió. “Tres tacos campechanos de cuero con buche y un poquito de maciza para el señor de ahí”, le dice mientras hace un movimiento con la cabeza para señalar al cliente. El don “se aplica” y prepara la orden, pregunta al hombre si los quiere con todo y este le responde que los prepare como si fueran para él. Se dio gusto con la cebolla y el cilantro, les puso más carne de lo normal porque “al cliente lo que pida” y él mismo los sirvió.
Otras personas se acercaron y se sentaron en los lugares libres y pidieron de a dos tacos cada una. Conversaban entre ellas ignorando a los demás.
El hombre que había llegado inicialmente se levantó y se dirigió al don para agradecer el servicio y felicitarle porque sus tacos “estaban bien buenos”. Limpió sus manos con gel antibacterial y le invitó a votar por él en junio próximo. Luego dio instrucciones a uno de los que estaban sentados para que pagara la cuenta total y siguió su camino…
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Regresó a casa meses después. Lucía bastante recuperado y su madre no pudo evitar llorar, abrazarle y llenarlo de besos. Humberto le prometió que nunca más sufriría por él y se disculpó con el corazón por delante.
Trabajó arduo aquí, luego allá y conoció a una chica con quien luego se casó y tuvieron un hijo que hoy está por cumplir cuatro años, casi la mitad del tiempo que ha pasado aprendiendo a cocinar platillos mexicanos porque de alguna forma sabe que lo suyo es la cocina y le gusta.
Su mamá le enseñó a preparar mole y lo venden en los tianguis que se colocan en la ciudad a lo largo de la semana. Su especialidad es el almendrado, el tradicional de Puebla, comenta, pero los otros no tienen desperdicio, créame. La única variante que no vende pero sabe preparar es la de verde, porque es muy costosa.
De cada venta va separando algunas monedas y a veces hasta billetes que su esposa guarda muy bien en algún lugar de la casa. Se ha empecinado en acondicionar un triciclo para poder vender tacos de birria o cabeza también. Ya casi está listo, falta detallarle la parte para las salseras y luego a comprar el tanque de gas, unas hieleras y las otras cosas que se necesitan, pero esas son más baratas.
Humberto ofrece cucharitas de plástico con las diferentes variedades del platillo para hacerse de clientes. La mayoría recibe la prueba y se va sin agradecer, pero no se agüita.
Dice que un día va a tener un montón de clientes y ventas como el don de los tacos, la diferencia es que él no le regalará nada a ningún pinche candidato… no lo merecen.
Twitter: @aldoalejandro