Adriana de mi vuelta al mar

Twitter @aldoalejandro

Ella avanza descalza arrastrando con sus pies incontables granos de arena en la tarde de esta playa. 

El océano va y vuelve cada vez y ella espera lejos del agua y cercana al horizonte. 

Se detiene, pierde su mirada más allá de la piel y regresa apenas un poco la cabeza para confirmar que ese no es un sueño y que el suyo es uno de los mejores sitios para vivir en esta tierra.

Sonríe y entrecierra los ojos. 

La brisa aprovecha el descuido y se cuela entre su cabello para jugar con los rulos al costado de las mejillas, sensualiza los hombros y recorre también la dermis oculta bajo la blusa y el pantaloncillo corto.  

Está ahora en su propio y personal edén y disfruta el sonido del oleaje. 

Se ha sentado de frente al océano porque es este su mar y aquella la particular ofrenda de alguien para alguien más y ella no deja de sonreír porque también es su tierra humedecida por milagros y vidas, incluso en las más inexpugnables profundidades. 

Siempre deseó estar cerca de todo esto, despertar cada día con la certeza de no hallar obstáculos para disfrutar la magia de un ocaso y las bendiciones de un amanecer. 

Lo cierto hoy es que Adriana vuelve sus ojos y sonríe extendiendo su mano para alcanzarnos porque, más allá de estas nubes ocultas al cielo, es oportuno saber que este es el Atlántico y esa su sonrisa, la que nos regala siempre…

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Ama la vida. 

Esta madrugada sonreía sin un motivo aparente y fue lo único sin empacar porque, de último momento, decidió llevarla puesta. 

A Yolanda no le extrañó. Su hija siempre ha sido una mujer independiente, acostumbrada a tomar sus propias decisiones y aceptar las consecuencias. Es simple: acciones y reacciones. Hay que aprender a vivir con ellas, para bien o para mal. Así de sencillo, así de real.

“Consecuencias”, dice John Wick.

Después del bañador el artículo más importante es el bloqueador solar, un 50+ porque sus condiciones físicas no son comunes y requiere protección especial. Es lo más importante. Aún en uso debe tener cuidado y no permanecer más tiempo del recomendado bajo las benefactoras y mortales caricias solares. 

Lo sabe, es una gran contradicción, pero es lo que es: no queremos un cansancio provocado por el exceso del astro rey. No importa cuánto lo disfrute, debe haber un límite. 

Lo dijo, lo acepta.

Adriana sonríe frente a la espuma de las aguas desconocidas a sus pies rendidas y pronuncia un nombre para sí. Es poco el resto de la espera, es enorme la esperanza e indescriptible el desafío. Ha ganado antes de iniciar porque decidió ser y aceptar y no hay verdad más absoluta que el rechazo a la posibilidad de perder.

Ninguno jugamos para ello.

Es libre, feliz. Es una playa y su magia… su ambiente.

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Hay dalias y jazmines y rosas dispuestas en sus cabellos porque ella es un jardín de tierra negra y monte de tallos rebosados y esperas de flores por la primavera. 

Siempre prefiere el mar.

¿Yo? Amo los tulipanes negros descubiertos en su cabellera, aunque disfruto cuando ella disfruta el volar de las gaviotas. Esas que van y vienen desde las aguas hasta estas incontables formaciones granulosas cuando el mar vuelve y muere y nace para regresar al origen del final.

Amo cuando sonríe tras los espejuelos y se asombra. Cuando dice que le encantan las jirafas y todas sus manchas que son adornos y reconoce el actuar de quienes buscan ser mejores por o para algo, no importa qué, siempre y cuando lo hagan. 

Amo saberte.

También tu nombre ascendente de las aguas y las especies con ella surgidas.

A veces pregunto sobre su estar solo para escucharle hablar del ser y ver la noche y el regresar y la vuelta y la luna entera en la distancia diciendo cuánto somos.

Adriana de mi vuelta al mar, feliz vida espera en las palmas abiertas de mis manos humedecidas por el recuerdo y la forma de tus labios ansiosos aquí, en el abrazo de todos nosotros, los que no somos playa, pero sí arenas para tus pies dispuestos, desnudos…

Feliz cumpleaños, amor…