A veces hablamos conmigo…

Twitter: @aldoalejandro

Hay que salir a cazar. Todos los días y todas las horas cazamos algo: dinero, amor, aprobación, amistad, votos…

Algunos lo hacemos “derecho”, sin rebajar un céntimo a tal necesidad y orquestamos mil y un argucias para lograr el objetivo, sea cual fuese este. 

Otros nos enmascaramos y parapetamos en artilugios tecnológicos y apropiación de esquemas ajenos para conseguirlo: bailes, chistes, preguntas con y sin respuestas, disfraces, pieles, abundancias, promesas, fórmulas mágicas, consejos que nadie pide pero todos ofrecen, estereotipos, repeticiones, salvajadas, tonterías, información, verdades a medias, mentiras, condicionantes, felicitaciones, ofertas, caminos, análisis, ciencia, paradigmas, fe… todo cabe y vale con tal de conseguir la presa, aunque sea “la menos peor”.

También hay otro tipo de personas, las que esperamos actuar justo cuando se debe y no cuando la masa grite que fulano es un imbécil y debemos comprar el nuevo modelo de teléfono de tal o cual compañía porque ofrece hasta agua caliente cuando marcas asteriscogatoasterisco y un número que jamás aprendes.  

Entiéndeme pues: ni al mejor cazador se la va la liebre ni una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Eso es tonto… 

—¿Lo es?

***

Siento mucho frío y preparo un café nocturno, de esos parecidos a los anuncios publicitarios y/o propagandísticos en los que venden y ofrecen humo y/o vapor. Pa’l caso es lo mismo. Claro, conozco la diferencia, una palabra se usa para cosas y otra para cosas “con vida”. Je, je, je, qué mal chiste, aunque si lo piensas es terriblemente cierto.

Retomando. Esta semana no pude comprar azúcar. Afortunadamente encontré un pedazo de piloncillo que rallé con una cuchara vieja mientras se calentaba el agua. Espero que no haga daño seguir bebiendo en el pocillo comprado hace años en la feria, cuyo peltre también es historia y solo queda una breve, brevísima, capa de estaño, cobre, plomo y quizá antimonio. 

No lo sé, pero el azul característico del recipiente se convirtió en recuerdo, aun así lo prefiero sobre los otros. Lo molesto es la preparación previa: qué fastidio estar colando el líquido para evitar los granos molidos. ¿Recuerdas? Una vez decidí tomarlo con todo y no sabía mal, pero las partículas se atoran entre los dientes, bajo la lengua y en los cachetes. Por eso mejor hay que limpiar y disfrutar. Ojalá hubiese tenido también una raja de canela o al menos un poco de aguardiente para darle más sabor. Ni qué hacer.

Lo mejor es la decisión de beberlo cómodamente, sentado en un mullido sillón disfrazado de silla de metal en el que a fuerza colocamos una funda rellena de calcetines rotos y camisas viejas para evitar que se enfríen las nalgas porque esa sí es una realidad: las nalgas congeladas nunca son buena compañía para un café calientito.

¿Música o noticias? No lo sé. Escuchar otra vez lo mismo cansa, desencanta, fastidia.

—Pero si no estás informado no puedes decidir…

¿Decidir qué? Sigues durmiendo sobre tu lado izquierdo porque quién sabe dónde leíste que era mejor para el organismo; sigues escuchando las mismas canciones viejas porque la música de hoy te parece ofensiva, sosa, denigrante y estúpida; sigues combinando tus interiores al vestir y terciando el calzado para evitar hongos y olores. ¡Vamos!, sigues tomando café en el mismo pinche pocillo de siempre y preguntas lo mismo cada vez. 

Te jactas de ser una persona de instintos y no te percatas: cuando lo dices la rutina se carcajea frente a ti. Deja de molestar…

Y además, ¿para qué quieres ponerte al día? Las noticias de ayer lo siguen siendo hoy. Diferentes protagonistas y colores quizá, pero en esencia son lo mismo: robos, homicidios, catástrofes, cuellos blancos, camisas planchadas, aplausos porque sí y discursos inverosímiles llenos de sinsentidos.

—¡Oye!, espera, hace días hablaron de un gatito.

¿A ti quién te invitó? 

—Nadie, solo olimos el café y nos gusta, por eso estamos aquí sentados, ¿o no?

Esta es una charla entre adultos…

Si tú lo dices…

***

Estoy por terminar la novela. Se llama “El abogado del diablo” y la escribió Morris West. La venden como best seller, quién sabe cómo le haya ido cuando la publicaron por primera vez allá por el muy lejano 1959. 

Vaya, nueve años antes que nacieras. Como sea, a mí me la regalaron y me gusta toda la intriga planteada. El tema no es de mis preferidos porque el asunto de la religión no es algo que particularmente me atraiga. De hecho creo que debería quedarse en la intimidad.

—La decisión es de cada persona

Sí, estás en lo cierto, solo digo que no hay necesidad que medio planeta se entere qué profesas en dónde para quién. 

—Deberías ser más tolerante…

Como sea no es asunto tuyo. La frase, ¿cómo era la frase?

—“El valor moral de un acto depende la intención con que se realiza…”.

¿Cómo pudiste recordarla?

Fácil. Fuiste a cazar y no trajiste azúcar…