El escritor mexicano Xavier Velasco presentó, en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara, su nuevo libro editado por editorial Planeta, Los años sabandijas.
La presentación inició pasadas las cinco de la tarde, en la salón 6 de la expo. Antes de que llegara el escritor, nos regalaron 3 pulseritas negras, gummies –para los entendidos.
Xavier Velasco llegó a lo suyo: entró en la sala y comenzó a interpretar a sus personajes, con libro en mano. Así nos enteramos de la existencia de Rubén Ávila, un chico rudo que vive en un departamento en Villa Olímpica y de su amigo Lamberto.
Esos años 80 que retrata en la novela, la del “Atari. El primer Walkman. La gran devaluación. Las blusas con hombreras. El penal que Hugo falló. Los peinados de Pat Benatar. La vieja canción de The Clash. El día del temblor”.
Existe en esta historia una necesidad de llamar a otros personajes, de hacer el problema más grande porque Rubén y Lamberto están buscando eso: meterse en problemas. El autor se pregunta si los personajes que cuenta en su historia realmente existen, si no son una pesadilla.
“Los años sabandijas es un viaje sin frenos por la década desatada, ahí donde al ridículo muy poco se le teme y las leyes parecen obstáculos salvables”.
Xavier Velasco está disfrutando de su historia, de sus personajes y de las risas del público. El histrionismo es, sin duda, su pasión, se le nota a leguas al autor de Puedo explicarlo todo, Diablo Guardián, La edad de la punzada. Un hombre acelerado, efusivo, emocionado por la propia historia que cuenta donde hay “golfos, encueratrices, matones, iluminados, travestis, chantajistas, pandilleros, leyendas de Hollywood, yuppies palancudos, convictos reincidentes, ratas de cuello blanco y algunas cuantas chicas materiales”.
Velasco es un chivo en cristalería, si por el fuera nos contaría toda la trama, se siente comodísimo, junto a su público. Nos quiere contar tanto que de cuando en cuando se ahoga por querer hablar en el momento incorrecto, y entonces debe aclararse la garganta, apagar la tos que no lo deja continuar y es cuando bebe una Coca-Cola y no agua, porque ésta, dice, le hace daño.
En un rato más, terminó su lectura e invitó a las preguntas que no tardaría en responder: “para poder escribir esta historia debí trasladarme a su época (al de los personajes), olvidarme que existe el siglo XXI” –dijo Velasco, al mismo tiempo que reafirmaba el hecho de tener que sentirse en los zapatos de ellos para poder contar sus peripecias.
“No me cuesta trabajo encontrar los estereotipos del mexicano para mis personajes (…) Mi trabajo es salirme (del mexicano que es) y tratar de observar” ese país que le parece tan divertido.
Sobrevinieron un par de respuestas, entre ellas, sobre los nombres de sus personajes que, a alguien, le parecieron raros (aunque el propio autor no lo consideró, a juzgar por su mueca de extrañeza, de la misma manera). En todo caso, el nombre de los personajes no los inventa, le llegan o mejor, se los encuentra.
Y cuando las pocas preguntas se agotaron y la última respuesta fue dada, sentenció: “Vivo abstraído y vivo interpretando a los personajes. Es mi trabajo”.
El autor se despidió con una reverencia al público y llegaron los aplausos.