No hablemos más

No hablemos más del gasolinazo –será tema en febrero cuando vuelvan a subir los combustibles: ¿habrá otros “saqueos” perfectamente maquinados y a tiempo para disuadir las protestas, como lo ocurrido a inicios de este mes?-, no hablemos más de todos los problemas que aquejan a este país, de sus muertos, de sus homicidios que no paran, de sus ataques a centros nocturnos, como la balacera ocurrida días atrás en un centro nocturno en Playa del Carmen.

No hablemos de eso porque ya cansa, no hablemos más de tragedias y de acciones propias de terroristas. No hablemos de la corrupción en los penales, no hablemos de todo aquello que informan los periodistas entretenedores, los que pasan de la tragedia a la risa, del ceño fruncido al gesto cómico, de los que pasan de una nota violenta a una “más amable”, como si fuésemos débiles mentales o emocionales, los que a final de cuentas, necesitamos una paleta de dulce con la cual bajarnos el miedo.

No hablemos de nada, si gusta, no hablemos más de cambios, no hablemos más de hombres que traen las soluciones en la punta de la lengua. No hablemos de la facilidad del libro de autoayuda para recomponernos, o de la conferencia que nos hará más estables en nuestra vida diaria.

No hablemos de problemas, no hablemos de tiempos pasados, no hablemos de esperanza, no hablemos de economía, porque siempre hemos estado en crisis -parecería que el peso nació devaluado.

No hablemos de cómo el peso se derrumbará todavía más cuando Trump asuma oficialmente la presidencia de los Estados Unidos, no hablemos del sí cumplirá sus amenazas o no, no hablemos de libros que hablan sobre Trump, ni de los analistas que intentan interpretar sus gestos, sus ideas, sus acciones.

No hablemos de nuestra impaciencia, de esa búsqueda por resolver problemas como por arte de magia. No hablemos del gran mago que lleva todos los años en campaña y que ya “le toca” gobernar. No hablemos de la ingenuidad, de la credulidad social que tenemos de cara a las elecciones, a la verdadera eficacia de éstas.

No hablemos de lo real, de lo histórico, no hablemos de la frase “el cambio real es histórico” (Morris Berran), no hablemos de que “la historia raramente se mueve tan rápido como una vida humana”.

No hablemos de la virtud de la paciencia, la prudencia y su serenidad, no hablemos de la consciencia crítica social que hemos perdido, no hablemos de la verticalidad de nuestro sistema y que es consecuencia de la insalvable distancia que se ha generado entre las clases sociales, entre ricos y pobres y de la casi desaparición de la clase media.

No hablemos de declive; no hablemos de que todas las sociedades llegan a este punto. No hablemos de su carácter natural, de su presencia genuina, de su verdadero significado. No hablemos de que el destino de una sociedad es su caída. No hablemos de que esto siempre ha sido y seguirá siendo así.

No hablemos del declive mexicano, de su pantomima cultural, de su compleja abstracción cuando se trata de asumir responsabilidades. No hablemos de que si bien es cierto que no hay salida alguna para los declives históricos de las sociedades, no dejamos de ser el principal elemento activo que lo provoca.

No hablemos de paraísos, de salvaciones, de jesucristos resucitados, de hombres televisivos que miran por encima del hombro a sus audiencias.

No hablemos de los que tienen respuestas para todo, de los que imaginan lo que pueden hacer los demás, de manera que se ajusten a sus teorías “apaciguadoras”.

No hablemos de la pobreza y la violencia porque éstas despojan “de cualquier curiosidad hacia el mundo”.

No hablemos más del debilitamiento en todos los sentidos individuales y sociales que vive este país y de su inevitable colapso (que “se convierte en un proceso economizador, la mejor adaptación a las circunstancias”. Morris Berman) .

No hablemos de este texto que no tendrá relevancia, porque no hay ningún fin, no hay una sola salida: no hay nada, porque en lo dicho no hay ninguna luz, porque la caída de la antigua Roma también fue inevitable, porque la caída del imperio (entendido no en territorio sino en el ideológico, en la manera de interpretar y vivir el mundo) gringo caerá pronto.

No hablemos, no hablemos una sola palabra más, no hace falta.