Ensayar la fotogenia

Hace tiempo hablaba sobre el personaje de Renne en la película I Feel Prettty y su proceso de autoaceptación ante el espejo, donde decía “allí, frente a las fotos, es cuando ella se percata que siempre fue la misma, que su cuerpo nunca cambió, sino su manera de verse, adquiriendo cualidades que la hacían resaltar entre la multitud. Enfrentada a sus espejos fotográficos, reconoce en ambos la cualidad de ser Renee”. Si bien la temática no está relacionada directamente, ahora un TikTok me remitió a ese texto, tras un video en que recomendaban artículo varios como temas de conversación.

El primero, como clavo a Cristo, hablaba de la fotogenia.

“A photogenic person, common thinking goes, looks effortlessly good in a photograph. On social media, photogenicity has become a kind of currency: the intangible “it” factor that can lead to a high follower count. As a result, articles now promise to unspool the secrets of photogenicity; people on TikTok have been taking random stills from their videos to apparently determine whether they’re photogenic. For the rest of us, the concept might serve to justify an aversion to selfies (we’re not unattractive; we’re just not photogenic)”.

En su artículo “You Can Learn to Be Photogenic”, Michael Waters hace un recuento histórico y un análisis moderno sobre los pormenores en torno al término tan común en la actualidad: fotogenia. Uno que incluso se ha llevado al extremo de asociarse con ser “estético”.

No recuerdo en qué época comencé a rehuir de la cámara, o decir que no salía bien en las fotos. A decir que no era fotogénica. Ya de adulta me enteré de amistades que en la primaria se la vivían tomándose fotos con cámaras desechables o las nuevas cámaras digitales; aún con celular a partir de quinto, no pasó por mi cabeza hacer ese archivo fotográfico. En la secundaria, lo imperativo eran las mirror selfies, cuánto más sucio el espejo y el fondo, mejor. ¿Fotos con amistades? Pocas. Aún así, el ritual de escoger mis mejores fotos para subirlas como foto de perfil a Myspace y luego Facebook, tomaba buenas horas de mi día, entre aceptaciones y arrepentimientos, ediciones y rediciones. Me pasa cada cierto tiempo que una foto del pasado me gusta años después. La veo y me cuestiono cómo fue posible que me desagradara tanto esa imagen que ahora me provoca sonrisas y ternura. Un ciclo que se repite como la poesía de Girondo en la película El lado oscuro del corazón y que también cada tantos años se retoma como burla a un poema que ya quedó rebasado.

A la fecha, sea el grado que sea, se nos enseña que la definición básica de poesía es la manifestación de la belleza o sentimiento de lo estético mediante la palabra; una noción sencilla para aprender a digerir la lírica y poder ampliarnos más allá de la definición. Pues resulta también que no todo poema es tan estético o maravillosamente bello, sino que muestra muchos otros matices y crudezas. Tal como una fotografía.

En el artículo, Walters incluso hace referencia a dos estudios realizados en los 2010s, una época en que las selfies tuvieron un despunte sinigual, donde se explica que las personas somos nuestros peores jueces, pues al comparar fotos editadas y tener que encontrar la original, elegían la que no; o que al momento de presentar diversas fotos de uno mismo para escoger la favorita, la decisión discrepaba de la de otras personas.

“Perhaps, instead, when someone gets called “photogenic,” what people are really referring to is a practiced sense of ease in front of the camera—and the ability of a photographer and photographic technology to capture it. Photogenicity, in this sense, is more nurture than nature. It is probably less of a measure of how attractive one looks than of how well someone has reconciled themselves to the particularities and limits of modern technology”.

Siempre he dicho que no soy fotogénica, que no nací con ese don. En los últimos años me he pensado poco estética ya no sólo ante la cámara, sino ante los videos que me tomo en clases de danza, y luego me cuestiono si algún día lograré conectar con las lentes como esas personas que me parecen tan fotogénicas. Yo también quiero ser poema, digo, tener esa catarsis como Renee, o incluso ser la famosa mujer que sabe volar de Girondo.

Yo quiero ser poesía.

Resaltan incontables fuentes que la fotogenia, aunque no es un mito, porque sí hay quienes nacen y con el hecho de existir en cualquier estado, salen “bien” en las fotos, sí se puede cultivar, aspecto que cada vez más personas procuran desmitificar en las distintas redes sociales, luchando ahora contra un enemigo mayor: la dismorfia corporal.

Es probable que la discusión en torno a la fotogenia no pare. Mientras, yo aquí sigo, aceptando que no siempre me gustará el reflejo de mi reflejo, pero que luego siempre me gustará lo que vea en mí.

“Maybe those of us who are not professional posers just have to remember that photogenicity may be a skill you can work to improve, like any other. If we choose to, perhaps we can take so many photos of ourselves that we know our visage from every angle. We can learn the lighting that matches our complexion. We can master the poses that make us feel most like ourselves. At some point, we might cease to be surprised by the image looking back at us”.


Referencia: Waters, Michael (2023). “You Can Learn to be Photogenic”, The Atlantic.https://archive.ph/2023.10.22-014803/https://www.theatlantic.com/family/archive/2023/10/how-to-be-photogenic/675705/